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EL CONOCIMIENTO DE DIOS EN LA FAZ DE JESUCRISTO


Así pues, la Biblia nos proporciona aquella información autorizada acerca del carácter de Dios sin la cual nunca podríamos conocerle con exactitud. Pero ¿cómo podemos llegar a establecer una relación personal con él? ¿Cómo llegar a convivir con él, si él habita en la eternidad y nosotros en el tiempo y en el espacio?

Según el evangelio cristiano, la respuesta a estas preguntas tiene que ver con la persona y la obra de Jesucristo. La Biblia nos explica mucho acerca del carácter y la manera de actuar de Dios. A través de sus páginas, podemos crecer mucho en nuestro conocimiento de Dios. Pero sólo Jesucristo mismo nos introduce en su presencia, nos reconcilia con él y nos ofrece una relación personal con él.

Jesús dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí (Juan 14:6).

Aquí conviene hacer una pausa para comentar el exclusivismo de las pretensiones de Jesús. En nuestra generación, en la que la tolerancia y el eclecticismo son la norma, parece inconcebible que alguien pretenda tener el monopolio de la verdad acerca de Dios. Pero esto es, precisamente, lo que Jesús reclamaba para sí:

Si os he hablado de las cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las celestiales? Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, es decir, el Hijo del Hombre que está en el cielo ... No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que viene de Dios, éste ha visto al Padre (Juan 3:12-13; Mateo 11:27; Juan 6:46).

Nadie conoce... (Mateo 11:27).

Una de dos. O Jesús, al hacer esas afirmaciones, es un demagogo demente; o es quien pretende ser: Dios encarnado, que nos habla con absoluta autoridad acerca de cuestiones celestiales porque ha vivido en el cielo y sabe de lo que habla.

De hecho, el cristianismo sostiene varias pretensiones exclusivistas:

— Como acabamos de decir, pretende que la Biblia es Palabra de Dios, el único mensaje que lleva el sello de la autoridad divina. Y lo cierto es que, si la Biblia es verdad, las demás religiones tienen que ser falsas; y si las demás religiones también son caminos legítimos para conocer a Dios, la Biblia tiene que ser falsa, al menos en su exclusivismo.

— Pretende que Jesucristo es el Hijo de Dios, Dios -hecho- hombre, el más perfecto reflejo y la más exacta representación de la divinidad que el ser humano es capaz de comprender y, por lo tanto, el único medio perfecto por el cual podemos llegar a conocer a Dios.

— Como veremos más adelante, pretende que la obra redentora de Jesús es el único medio a través del cual el hombre pecador puede tener acceso al Dios santo.

— Igualmente, pretende que sólo mediante la obra regeneradora de Cristo puede el hombre conocer una auténtica relación personal con Dios.

Tales pretensiones resultarían risibles sino fuera por una serie de factores históricos que no pueden ser soslayados por nadie que quiera hacer una investigación seria del tema. Por ejemplo:

La resurrección de Jesús. Las apariciones del Cristo resucitado, presenciadas y descritas por centenares de testigos oculares (1 Corintios 15:3-8), constituyen un importante cuerpo testimonial que es difícil de explicar sólo en términos de la ignorancia o la histeria de aquella gente. Antes de rechazar las pretensiones de Jesús, haríamos bien en examinar este testimonio y convencernos, de ser posible, de su inexactitud (o de su veracidad). En cierto sentido, la resurrección es el quid de la cuestión. Si Jesús no resucitó, todas sus pretensiones se revelan como los delirios de un loco y se derrumba el evangelio cristiano como medio de conocer a Dios (ver el gran desarrollo de este mismo argumento en 1 Corintios 15:12-58). Romanos 1:4 afirma que Jesucristo fue declarado Hijo de Dios con poder ... por la resurrección de entre los muertos; es decir que la resurrección constituye la ratificación definitiva de sus pretensiones como Hijo de Dios y Salvador del mundo.

Los milagros de Jesús. Curiosamente, lo que hoy en día se percibe como un escollo para la fe, en realidad es un escollo para la incredulidad. Las señales milagrosas de Jesús —señales por cuanto "señalan" a su carácter único como Hijo de Dios— no fueron cuestionadas por sus contemporáneos (aunque sí atribuidas por sus enemigos a poderes malignos). Es fácil despreciarlas como meras fabricaciones de una mentalidad primitiva; es decir, es fácil hasta empezar a estudiarlas con cierta objetividad histórica. Jesús mismo pidió a sus oyentes que, si no podían aceptar sus pretensiones sólo porque él las afirmaba, las creyesen a causa de sus obras milagrosas: Las obras que el Padre me ha dado para llevar a cabo, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado (Juan 5:36); Las obras que hago en el nombre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí ... Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed las obras; para que sepáis y entendáis que el Padre está en mí y yo en el Padre (Juan 10.25, 37-38); Las palabras que yo os digo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí es el que hace las obras; creedme que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí; y si no, creed por las obras mismas (Juan 14:10-11).

El testimonio de los discípulos. Igualmente, es fácil suponer que los escritos apostólicos sólo reflejan los prejuicios de unos hombres interesados. Es decir, fácil si no escuchamos atentamente su testimonio. Luego descubrimos que son sumamente honestos en cuanto a sí mismos —recordemos, por ejemplo, su narración del escepticismo de Tomás (Juan 20:24-29) o de la negación de Pedro (Juan 18:15-27)—, se pintan a sí mismos como torpes e incrédulos, pero su testimonio acerca de Jesús es unánime: después de convivir con él a lo largo de tres años, afirman que es el inmaculado Hijo de Dios:

Juan el Bautista:

Yo le he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios (Juan 1:34).

El apóstol Juan:

El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad ... Muchas otras señales hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro; pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que al creer, tengáis vida en su nombre (Juan 1:14; 20:30-31). Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que han palpado nuestras manos, acerca del Verbo de vida, ... lo que hemos visto y oído, os proclamamos también a vosotros (1 Juan 1:1-3).

El apóstol Pedro:

Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas, el cual no cometió pecado, ni engaño alguno se halló en su boca; ... cuando le ultrajaban, no respondía ultrajando; cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a aquel que juzga con justicia (1 Pedro 2:21-23). Cuando os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, no seguimos fábulas ingeniosamente inventadas, sino que fuimos testigos oculares de su majestad. Pues cuando él recibió honor y gloria de Dios Padre, la majestuosa Gloria le hizo esta declaración: Este es mi Hijo amado en quien me he complacido; y nosotros mismos escuchamos esta declaración, hecha desde el cielo cuando estábamos con él en el monte santo (2 Pedro 1:16-18).

Podríamos alargar mucho la lista de citas, porque el Nuevo Testamento no es ni más ni menos que el testimonio apostólico acerca de las pretensiones de Jesús. Si hemos de considerar como poco fiable su testimonio, debemos suponer que eran hombres capaces de ser rigurosamente honestos en un momento y abiertamente embusteros en otro. Tal acusación es sumamente grave y, finalmente, poco creíble; porque supone que los apóstoles se pusieron de acuerdo para falsificar el carácter, el origen, el poder y la resurrección de Jesús, aun cuando ellos mismos inculcaban en sus seguidores el amor a la verdad y aun cuando estaban dispuestos a sufrir el martirio en la defensa de sus enseñanzas.

El testimonio de las Escrituras. Los mismos apóstoles, cuando se les acusaba de enseñar pretensiones insostenibles, apelaban siempre a la autoridad de las Escrituras. Decían: ¿No os fiáis de nosotros?; entonces, leed bien las Escrituras y veréis que ellas confirman lo que estamos diciendo. Por eso, Pedro, después de dar su propio testimonio acerca de Jesús, refiere a sus lectores a la palabra profética aún más segura, a la cual hacéis bien en prestar atención (2 Pedro 1:19); y Pablo, al hablar de la muerte y resurrección de Jesús, afirma que ocurrieron conforme a las Escrituras (1 Corintios 15:3 y 4). Se refieren, por supuesto, a lo que nosotros llamamos el Antiguo Testamento. Puesto que fue escrito siglos antes del nacimiento de Cristo pero profetiza acerca de su venida, conteniendo abundancia de detalles acerca de su carácter y del programa que había de llevar a cabo, constituye otro testimonio más para apoyar sus pretensiones.

Al apelar a las Escrituras, los apóstoles no hacían más que seguir el ejemplo de Jesús mismo. El entendía que diferentes situaciones que tenía que afrontar se producían para que las Escrituras fueran cumplidas (ver, por ejemplo, Mateo 26:54; 27:35; Lucas 4:21; 18:31; 21:22; 24:44; Juan 10:35). Ante la incredulidad de los judíos, les reprendió no tanto porque rechazaran su propio testimonio como porque descuidaban la evidencia de sus señales y no prestaban atención al testimonio de las Escrituras: Examináis las Escrituras, porque pensáis que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida (Juan 5:39-40). Se ve que, para Jesús, uno de los temas principales de las Escrituras era él mismo, idea que es confirmada por Lucas en su relato de la historia de los discípulos de Emaús: Comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, (Jesús) les explicó lo referente a él en todas las Escrituras (Lucas 24:27). Nuevamente nos encontramos ante dos opciones: o bien estas palabras revelan la megalomanía de Jesús o bien son ciertas, en cuyo caso Dios ha hablado realmente a través de los profetas y Jesucristo es el cumplimiento de las Escrituras. Entender que Dios le preparó el camino, ver los entresijos y el complejo desarrollo de esa preparación, y luego descubrir con qué perfección Cristo lo ha cumplido todo es, en el fondo, el testimonio más incontrovertible de todos.

Pero la investigación de todos estos testimonios requiere tiempo, esfuerzo y una seria disposición a escuchar a los testigos y a estudiar sus evidencias. A muchos les resulta más fácil desoírlas y refugiarse en los tópicos de hoy: que todas las religiones son iguales, que todos los caminos conducen a Dios, que nadie puede fiarse de la exactitud de las Escrituras y, por supuesto, que, en una edad científica como la nuestra, nadie puede creer en los milagros. Así entran en un absurdo círculo vicioso: no creen en Dios porque no tienen ojos para ver lo sobrenatural; si alguien se lo señala, lo rechazan diciendo que no puede existir; y luego deducen, con una lógica aplastante, que no hay evidencia de la realidad de Dios ni posibilidad de conocerle.

Sin embargo, a pesar de la incredulidad reinante en nuestra generación y en base a los testimonios ya mencionados, juntamente con el de incontables miles de creyentes a lo largo de la historia, quiero proponerte con toda seriedad que las pretensiones de Jesús son ciertas. El es el único camino a Dios, el único que puede ofrecemos vida eterna y, juntamente con ella, la posibilidad de conocer a Dios y de disfrutar de una relación real, vital y fructífera con él.

Es así, no porque como hombre se arrogara prerrogativas divinas, sino porque, aun llegando a ser plenamente hombre, desde siempre es el Hijo eterno de Dios. Ya lo predecían los profetas. El niño que nace en Belén Efrata tiene orígenes que se remontan a tiempos antiguos, desde los días de la eternidad (Miqueas 5:2). El hijo que nos ha sido dado ostenta títulos divinos: se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios poderoso, Padre eterno, Príncipe de paz (Isaías 9:6); le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido sign Dios con nosotros (Mateo 1:23; Isaías 7:14; 8:10). Aquel que vino para ser el buen pastor y para apacentar a sus ovejas y llevarlas a reposar no es otro sino el Señor Dios; porque así dice el Señor Dios: He aquí, yo mismo buscaré mis ovejas y velaré por ellas (Ezequiel 34:11-16; cf. Juan 10:1-18).

En Jesucristo, Dios mismo irrumpe en nuestro mundo en forma humana para que todo aquel que lo desee pueda conocer a Dios tal y como realmente es. Otros han sido portavoces de Dios. Jesús es más que un portavoz: él mismo es toda la esencia de Dios encarnada, Dios hecho hombre. Dios no sólo habla a través de él (como en el caso de los profetas), sino que habla en él (Hebreos 1:1-2). Él es el mismo lenguaje de Dios. Todo lo que él hace, además de lo que dice, es una comunicación fiel del carácter de Dios y de su obra. Él es el Verbo eterno (Juan 1:1-2), la perfecta y definitiva transmisión de la auto-revelación de Dios, aquel que ha venido desde el cielo para mostrarnos cómo es Dios y para forjar el camino por medio del cual podemos llegar a conocerle. En Jesús, el Dios invisible se hace visible:

Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer ... El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad ... Yo y el Padre somos uno... El que me ha visto a mí, ha visto al Padre (Juan 1:18, 14; 10:30; 14:9).

Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo (2 Corintios 5:19).

Él es la imagen del Dios invisible ... Toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en él (Colosenses 1:15; 2:9).

Él es el resplandor de su gloria (gloria de Dios) y la expresión exacta de su naturaleza (Hebreos 1:3).
Así las cosas, no debe sorprendemos que el evangelio sostenga que es imposible llegar a conocer a Dios al margen de Jesucristo. Él es el único que hace posible nuestra reconciliación con Dios y nos abre el acceso al Padre:

Todo esto procede de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación ... Por tanto, somos embajadores de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros; en nombre de Cristo os rogamos: ¡Reconciliaos con Dios! (2 Corintios 5:18, 20).

Hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre (1 Timoteo 2:5).

Nuestro conocimiento de Dios procede de la revelación de Dios en Jesucristo. Conocer a Jesús es conocer a Dios. Si queremos saber cómo es Dios, debemos meditar sobre la vida de Jesús. Si queremos entrar en una relación vital con él, sólo la hallaremos acudiendo a aquel que es el camino, la verdad y la vida. Si queremos conocer a Dios, debemos buscar la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Cristo (2 Corintios 4:6).

Así pues, ante la pregunta ¿se puede conocer a Dios?, contestamos con un ¡sí! rotundo. Por supuesto, no nos es dado conocerle en un sentido absoluto. ¿Cómo podemos nosotros, meros seres finitos, abrazar al Infinito? (Isaías 55:8-9). El Creador conoce perfectamente a sus criaturas (Salmo 139:1-6), pero las criaturas sólo podemos conocer al Creador porque él mismo tiene interés en manifestarse a nosotros. No podemos adquirir la trascendencia de Dios para conocerle en su eternidad; pero él se ha hecho hombre en Jesucristo precisamente para darse a conocer dentro de los límites de nuestra humanidad. En Cristo, Dios expresa sus realidades sublimes en conceptos al alcance de nuestra finitud.

Pero, después de contestar a esta primera pregunta, debemos plantearnos otra: ¿cómo, pues, podemos llegar a conocer a Dios? Y, antes de intentar contestar a ésta, necesitamos considerar otra más: ¿cómo es que el ser humano no le conoce de una manera automática?


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"¿Qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo" (Hechos de los Apóstoles 16:30-31)
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